Fernando Bermúdez
¿Qué es el silencio? ¿Es aislamiento? ¿Una huida?... No nos interesa el silencio en sí mismo sino la actitud
interior del silencio. Silencio como liberación personal y apertura al amor. Vivimos
en un mundo desbordado de ruidos, ruidos exteriores y ruidos interiores, que
ahogan la vida e impiden que germine la espiritualidad y brote la alegría del
corazón. La ambición económica, la corrupción y especulación financiera, el
afán de tener, de dominar, de sobresalir y la búsqueda insaciable de
placeres destruyen lo más noble que existe en el corazón humano: la capacidad
de amar y de contemplar la vida con la mirada limpia de un niño.
El hombre de hoy, materializado por el consumismo,
no sabe lo que es el frescor de una tarde de primavera. Ha perdido el
sentido de la contemplación, de maravillarse delante de la inmensidad del mar,
del bosque o del desierto, de sorprenderse contemplando en la noche
el cielo estrellado y de extasiarse ante los gestos sencillos de la gente
humilde.
El hombre de hoy es incapaz de quedarse solo, sin
móvil, sin internet, sin televisión, sin aparato de sonido, sin vehículo...
Tiene miedo de escuchar la voz que le viene de dentro, la voz que nunca miente,
la voz de la conciencia, que siempre nos acompaña y nos dice lo que es
ético y lo que no es ético.
El desafío más urgente para el hombre y mujer de
hoy es la renovación ético-espiritual, y ésta no se logra sino por el silencio.
La persona crece en el silencio, porque es el camino para descender a lo más
profundo de nuestro ser, para confrontarse con uno mismo, con la realidad
histórica y con el Misterio Trascendente.
El silencio no es huida del mundo en el sentido de
falta de valor para enfrentarse con entereza a la vida. No es una evasión, lo
cual sería un egoísmo refinado. Tampoco es una despreocupación de los problemas
de la sociedad. El silencio es un medio necesario para llegar al conocimiento
de uno mismo,...
Silencio no es solo exterior sino ante todo interior.
El sentido del silencio es la interiorización. Porque de nada sirve el silencio
exterior si por dentro estamos llenos de ruidos, imaginaciones, fantasías, que
son como humo arrasado por el viento.
El silencio exterior no tendría sentido si no hacemos
silencio interior, que es dominio y autocontrol de la imaginación y de las
emociones, para experimentar la fuente de energía, de creatividad e
inteligencia que hay en el interior de cada ser humano, como bien señala el
monje benedictino Anselm Grün.
Cuando tratamos de hacer silencio, puede ser que
descubramos dentro de nosotros un desorden debido a la aglomeración de
recuerdos, pensamientos, sentimientos, imaginaciones y emociones incontrolados
que se entrecruzan en nuestra mente. Pueden hacerse presentes estados de ánimo
que nos inquietan y miedos que interrumpen nuestra concentración. Afloran a la
superficie deseos y necesidades reprimidas, e incluso acuden a nuestra mente un
sinfín de oportunidades perdidas y de fantasías.
Silencio no significa sólo renuncia a la palabra sino,
sobre todo, liberación de toda clase de pensamientos y sentimientos que
distraen la conciencia. Exige desprenderse de recuerdos del pasado para
adentrarse con entereza y madurez en el presente. Con el silencio posibilitamos
la superación de traumas y heridas no cicatrizadas para lograr el
encuentro y armonía con uno mismo, con las personas que nos rodean, con el
cosmos y con el Misterio de Dios que nos envuelve.
El silencio interior nos libera de apegos,
preocupaciones y temores. Nos ayuda a poner orden en el caos interior de
nuestras emociones y pasiones. Nos conduce a un vaciamiento y
desprendimiento de todo. Es libertad. Libertad del corazón. Con el silencio
interior enmudecen las actitudes e impulsos egoístas, agresivos y violentos.
Posibilita que se desarrolle el amor ágape, al amor generoso y
desinteresado, amor a la vida, amor la creación y amor a las personas. Desarrolla
la ternura...
El silencio conlleva capacidad de escucha, de diálogo,
de reflexión y profundidad en la palabra. En el silencio la palabra
alcanza su plenitud. Nos infunde ternura, respeto y tolerancia, nos ayuda a
situarnos en el lugar del otro, a ser comprensivos y compasivos. Nos capacita
para estar abiertos al Espíritu y al amor a todos los hombres y mujeres,
particularmente a los más pobres y necesitados.
El viaje más fascinante, que muchos rehúyen emprender,
es el viaje al interior de uno mismo. Provoca vértigo y miedo encontrarnos con
nuestras propias miserias, con nuestros traumas, con nuestro pasado, con
nuestras contradicciones, nuestras luchas interiores, nuestras debilidades y
pequeñeces, pero también con nuestras fortalezas y posibilidades, anhelos y
sueños. El monje trapense Thomas Merton subraya la necesidad de realizar
este viaje al centro de uno mismo, cuando dice: "¿Qué ganamos con navegar
hasta la luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de
nosotros mismos?".
Solo en la soledad del desierto interior es posible
encontrarnos con nosotros mismos y crecer como personas... El desierto puede
hallarse en todas partes, también aquí, porque el desierto no significa
alejamiento de la gente, sino silencio interior y conciencia de la presencia de
Dios en la historia y en la vida de cada ser humano. El silencio del desierto
se encuentra en la ciudad, en nuestra casa, en la vida cotidiana, en el
trabajo, en las luchas por un mundo mejor, y sobre todo, dentro de uno mismo.
El desierto es el lugar al que hay que ir, sobre todo
en tiempos de crisis, para ver la luz que da sentido a la vida y a la historia
y levanta la esperanza de los pobres de la tierra. Los ermitaños y monjes del
desierto interpelan nuestra vida personal y desenmascaran a la sociedad
moderna, por haberse hecho esclava del materialismo consumista impuesto por el
sistema capitalista neoliberal, por ser injusta, cruel y causante del
hambre de millones de seres humanos.
En este sistema no hay tiempo para reflexionar, ni
para confrontarse consigo mismo, ni con la realidad histórica, ni con Dios…Se
teme al silencio. La soledad nos espanta. El viento de la historia es
elocuente. Su sonido solo se percibe desde el silencio. Para construir un mundo
alternativo, justo y profundamente humano, es necesario aprender a escuchar el
sonido del silencio. Del silencio salen los místicos, los profetas y los
auténticos revolucionarios. El mundo necesita hombres y mujeres de silencio.
Dios habla cuando el hombre calla. Dios habla en el
firmamento, habla en la montaña, en la diminuta flor del campo, en la
inmensidad del mar, en la sonrisa de los niños, en los gestos de ternura de una
madre..., pero sobre todo en la humanidad sufriente, en el enfermo, en el
hambriento, en el inmigrante, en las víctimas de la violencia y de las guerras.
Solo el hombre y la mujer de silencio son capaces de descubrir el grito de
Dios en estas realidades…
Tres palabras claves definen el sentido de la vida:
Silencio, Adoración, Revolución.
Un gran artículo que invita a viajar al centro de uno. Gracias
ResponderEliminarELOGIO A LA LUZ
ResponderEliminarhoy el día
aquí y ahora
puede que te diga
estoy triste
falto de caricias
y mojándolo todo
hoy el día
aquí y ahora
tan sólo esté esperando
tus besos y caricias
o esté pidiendo una canción
cuando Beethoven
desde su piano emocional
canta a la luna
como quien canta
al amigo que se va
hoy el día
sólo puedes
a tu medida
hacerlo tuyo
y sacarlo de ese
hermoso estanque
o ensimismamiento
donde parece pensarse
a sí mismo
donde las flores de loto
flotan despiertas
donde el tiempo se ralentiza
dentro de un reloj de arena
húmedo
hoy el día
es tuyo
porque la noche
te lo entregó
si no lo aprovechas
incluso si lo exprimes
no olvides
que puede entregarte
su última luz
con suerte
la luna de noche
aún te recordará
que otros
en otros lugares
tienen su misma luz
https://youtu.be/VFeRTANr_sw
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