Gabriel Mª
Otalora
Leo
que el personaje de Anne Perry, Melisande, le suelta al inspector Runcorn: “No
deseo que se me proteja de la vida. Tal como lo veo, eso hace que nos perdamos
buena parte de las cosas buenas, y las malas darán con nosotros de todas
maneras. Cuando menos, la sensación de vacío. Creo que se preferiría comer algo
desagradable de vez en cuando a perecer de inanición sentada a la mesa por
miedo a probar la comida”. Esta actitud experimental y proactiva ante la vida
va de la mano con los estudios que señalan al miedo como uno de los grandes
frenos de nuestro desarrollo.
Sabemos
por experiencia que lo de siempre no funciona; que el liderazgo “de siempre” no
funciona. No en vano, los escandinavos centran el liderazgo en la
disponibilidad y en el desarrollo de las personas, remarcando la importancia
del ejercicio de la autoridad como un servicio. Que hasta para entenderse en el
diálogo empresarial y en los equipos de trabajo intervienen todos los aspectos
de la inteligencia: los intelectuales y los afectivos; las expectativas, el
deseo de hacerse querer, los fracasos, los mecanismos de defensa; el deseo de
saber, la comunicación no verbal, los condicionantes del carácter y los miedos
a probar otras cosas.
El
término “liderazgo de servicio” fue acuñado por Robert Greenleaf, en 1970. La
idea, según este emprendedor, surgió de la lectura de la novela Viaje a
Oriente, de Herman Hesse. Narra la historia de un grupo de viajeros que
emprenden un viaje mítico acompañados por un sirviente que realiza las tareas
que parecen poco importantes. La presencia de este sirviente ejerce un gran
impacto en el grupo, pero solo se verá el alcance cuando aquél desaparece, y
descubren que era el verdadero líder, el que les guiaba con sus cuidados
desinteresados.
¿Y
si el liderazgo eficaz fuese efectivamente un servicio? Resulta un error
confundir bondad con debilidad. También lo es actuar como si los principios de
la autoridad y del poder descansan en los mismos pilares. Nos atrae más la
imagen de superman o superwoman cuando la realidad es otra: el auténtico
Superman solo existe cuando veíamos al actor Christopher Reeve batallando como
un superhombre frente a su enfermedad en una silla de ruedas. Luchamos para ser
fríos y pensar correctamente; o para echar mano del corazón y hacerlo más
profundamente. Pero en el fondo, el servicio es una actitud de vida que no
precisa de esta tensión entre analizar los problemas en ambos estados: pensar
con frialdad y con profundidad. (Los antiguos persas, por si acaso, debatían
todas las cosas dos veces: una, cuando estaban borrachos; y otra a la mañana
siguiente, cuando estaban sobrios).
Gracias
a estos líderes y lideresas que abundan calladamente entre nosotros, la
realidad social, empresarial y familiar es mejor de lo parece a primera vista.
Se habló en su día del impacto del trabajo silencioso de las mujeres africanas
y su enorme aportación al IPC de África. Creo que ahora debieran contabilizarse
impactos similares de muchas mujeres y hombres, bien cerca nuestro, que con su
capacidad de servicio transforman para bien grandes espacios degradados de
convivencia. Yo me acuerdo de algunas monjitas que atendían a los sidosos
moribundos cuando nadie les quería, ayudándoles a morir, confortados y llenos
de cariño. Acabamos de verlo en mucha gente actuando en medio de la tragedia de
Barcelona y Cambrils. Vaya desde aquí mi admiración en estos tiempos recios
hacia tantas personas que hacen de su vida un mundo mejor para quienes les
rodean, y lo hacen con la inteligencia y el arrojo necesarios. Sus actitudes
nada serviles ni calculadas son el liderazgo maduro que necesitamos más que
nunca entre nosotros, y a todos los niveles.
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