Koldo Aldai Agirretxe
¿Suficientes dedos para cubrir el pasmo en Su Rostro? ¿Algo
más inconcebible en el Nazareno que el temor a la fresca brisa fronteriza, al
aire renovado? Triste liderazgo el del viejo miedo, triste imperio el de la
torpe doctrina. ¿Si constreñimos la fe, no estaremos ahogándola? ¿Si limitamos
la devoción, no estaremos apagándola?
Las bolas de un "mala" (rosario hindú) no son menos
redondas que las de un rosario cristiano. Es el corazón que las acaricia el que
les saca brillo. Un sentido rosario es también un noble ejercicio de
"bhakti-yoga" o yoga de la devoción. La carta beligerante de los obispos vascos y navarro frente a otras
espiritualidades pareciera fechada en edades más oscuras. Cuesta ubicarla
en nuestros días de mutua, anhelada, gloriosa fecundación interna. El yoga, el
reiki, la meditación... no pierden con sus condenas, pero sí ellos y su Iglesia
atrincherada condenándolos. Si confrontamos a causa de los nombres, nos llegó
bien poco de la Buena Nueva. ¿Es que Jesús no se retiraba del mundo a meditar,
es que no extendía sus manos de otra carne para sanar...?
Cierto que no es oro todo lo que reluce, pero sí cuanto menos
las tradiciones que vienen avaladas por grandes almas y milenios de liberadora
práctica a sus espaldas. Si peleamos por conservar la parroquia estamos
perdidos, si atacamos por mantener bajo control a la feligresía es que se agotó
la fuerza y la gracia fundadoras.
Nuestro mundo urge de almas rendidas, no de fes triunfantes.
El triunfo sobre otros nunca tuvo nada que ver con lo divino. Mejor reunir las
palmas de nuestras manos y rendirnos en medio de otros espacios sagrados, a la
vista de otras referencias primordiales. Mejor más humildad, más receptividad a
las sanas aportaciones de la alteridad. Mejor dejarnos permear por las propuestas
que nos alcanzan con buena voluntad.
Nuestro mundo necesita más corazones abiertos y menos
blindados. Si nos blindamos, nos perdemos la oportunidad de ser fertilizados,
nutridos por lo nuevo. Necesitamos otros nutrientes, no sólo los que adquirimos
en nuestro templo, de nuestro "proveedor" habitual. La desconfianza
no obra nunca por un mundo más fraterno. Los obispos del mayor apóstol de la
fraternidad humana de todos los tiempos, harían bien en trabajar por disipar
las desconfianzas, no por aumentarlas, sobre todo cuando éstas carecen de
razón.
Levantamos fronteras cuando condenamos la práctica del otro
sin fundamento. Proclamarnos los portadores de la Verdad tiene a estas alturas
un riesgo que no deberíamos correr. Ya hemos levantado todas las barreras que
había que levantar entre las diferentes tradiciones y espiritualidades. Toca ya
comenzar a tumbarlas, toca ya honrar a las demás tradiciones y movimientos
serios, portadores de su parte de verdad, que sirven a la humanidad, que
contribuyen a su emancipación. Toca dar la vuelta a la historia, no reforzarla.
Ya hemos desenvainado todas las espadas, ya ha corrido toda la sangre que tenía
que manar por nuestra mutua e infantil incomprensión, ya nos hemos peleado lo
suficiente por llamar al mismo Dios por distintos nombres.
Hace pocos días pululaban en las calles y puentes de
Londres vándalos apuñalando a destajo. Clamaban por la cara gloria de un
extraño Dios sediento de sangre. Cuando amenazan bárbaras cruzadas a destiempo,
cuando lo que eventual y formalmente nos separa puja por adueñarse del
futuro..., los obispos podrían dar ejemplo y no marcar absurdas distancias
entre los credos. En la hora de la amenaza del choque de civilizaciones,
pudieran ser los primeros en correr hacia el abrazo imprescindible de esas
civilizaciones. ¡Así sea y nosotros lo veamos!
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