Las emociones:
cómo evitar que lo que sientes te domine
cómo evitar que lo que sientes te domine
Por Victoria Pérez 28/02/17 - 23:57
Si no controlas tus habilidades
emocionales, si no tienes consciencia de ti mismo, si no eres capaz de
controlar tus emociones estresantes, si no puedes tener empatía y relaciones
efectivas, entonces no importa lo inteligente que seas, no vas a llegar muy lejos
— Daniel Goleman.
Las emociones son la fuerza más presente en nuestras
vidas. Casi como una brújula interna, nos impulsan día a día a
elegir aquello que deseamos y huir de lo que no. Tomamos elecciones porque
estamos emocionados por las nuevas perspectivas, nos desesperamos esperando,
lloramos porque hemos sido heridos, no probamos ciertas cosas por miedo, rechazamos
las cosas demasiado nuevas frontalmente, hacemos sacrificios inmensos por
amor y sufrimos frente a la incertidumbre. Sin lugar a dudas, nuestras
emociones dictan nuestros pensamientos, intenciones y acciones, a veces con una
autoridad superior a la de nuestra mente racional, en formas que aún ni tan
siquiera hemos llegado a comprender en su totalidad. Sin embargo, cuando
actuamos en base a ellas demasiado rápido, en el momento en el cual nos invaden
y perdemos el control, también pueden ser las culpables de que tomemos
malas decisiones de las que más tarde nos lamentaremos.
De todas formas, siendo realistas, el estudio de las
emociones no es una ciencia exacta. La verdad es que los psicólogos aún debaten
la conexión cuerpo-mente y no tienen una taxonomía completa de las emociones; y
son aún inciertos sobre si las emociones son la causa o el resultado de la
forma en que interpretamos el mundo. Sin embargo, hay avances que se están
realizando sobre la comprensión del concepto de regulación: el
proceso de influir en la forma en la que las emociones se sienten y se
expresan.
James Gross, psicólogo de la Universidad de Stanford,
propuso un modelo de cuatro etapas para capturar la secuencia
de acontecimientos que se producen cuando se estimulan nuestras emociones. Él
llama a sus etapas "modelo modal”: una situación nos llama la atención,
nos lleva a valorarla, pensamos en el significado de la situación y
reaccionamos con una respuesta emocional a ella.
La incapacidad para regular las emociones y
seguir este proceso al completo antes de actuar es, según Gross, la raíz de los
trastornos psicológicos, como la depresión o el trastorno límite de la
personalidad. Supuestamente solo atendemos al paso cuatro. Sentimos algo y
actuamos en consecuencia, ya está. La mayor parte de los consejos sobre no
dejarnos llevar por las emociones, nos incitan a atender más a los tres
primeros, lo que implica por defecto no reaccionar de forma inmediata:
- El primer paso es la conciencia. Empezar a controlar
las emociones pasa, necesariamente, por darles nombre. A veces resulta
irónicamente difícil identificar lo que se siente: tienes una respuesta
emocional preparada, más no sabes definir qué la dispara. Es fácil saber
si lloras por tristeza o alegría, pero en medio de las emociones
explosivas, como la ira, es más difícil saber si su causa es la
frustración, culpa, celos, si te sientes herido, abandonado u otro millar
de posibles razones más.
- Descubrir el porqué. No nos sentimos tristes o
enfadados por nada. Las emociones son el resultado tanto de lo que sucede,
como de la historia que te dices acerca de lo sucedido. A veces tu
respuesta efectivamente no corresponde con el estímulo del exterior, sino
por lo que te ha dado por asumir sobre él, pero siempre hay un por qué.
¿Qué está causando este sentimiento? Por supuesto, como decíamos, podría
haber un millón de razones, pero la mente siempre va a buscar primero una
respuesta exterior. Es el denominado “sesgo de correspondencia” o error
fundamental de atribución. Consiste en que tendemos a culpar al exterior
de lo que nos pasa; aún si algo es claramente nuestra culpa o si fue
simplemente aleatorio, culpamos a otros, preferentemente a quienes
tengamos más cerca. Normalmente no es sabio culpar a otros de nuestros
problemas ni de nuestras reacciones, pues sólo en lo que es culpa nuestra
podemos hacer efectivamente algo. Es más práctico asumir la posible
responsabilidad para configurar nuestra propia solución y que así no
dependa de lo que los otros hagan o dejen de hacer.
- Preguntarse cuál es la solución y tomarla. Una vez
se ha descubierto por qué, hay que averiguar qué se puede hacer para
recuperar el control. Y, la parte más difícil, elegir cómo reaccionar. Se
ha demostrado que te crees aquello que haces, es decir, por ejemplo,
los científicos han descubierto que el hecho de sonreír a propósito (es
decir, de fingir una sonrisa de forma voluntaria) puede ayudar a que la
gente se sienta mejor, porque la mera expresión desencadena endorfinas y
dopamina automáticamente. Lo que quiere decir que, en última instancia, se
puede elegir cómo sentirse.
Por supuesto, todo esto es difícil. Lo normal en los
momentos de emociones explosivas e invasoras es hacer o decir lo primero que
nos pasa por la cabeza. Somos esclavos de nuestras emociones más y más,
a medida que les cedemos el control. Revertir esta situación lleva mucha
práctica, disciplina y autocontrol. No hay truco, pero sí posibles ventajas en
intentarlo.
Me ha gustado el artículo, sin embargo me ha llamado la atención la repetición de la palabra "culpa" y su escasa sustitución por "responsabilidad", que considero muchísimo más acertada.
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