SOMOS LA VIDA, no
hay lugar para el temor
De las afirmaciones que hizo Jesús, cada vez me parece más
luminosa aquella en que dijo: “Yo soy la Vida”.
Es una palabra plena de sabiduría, que invita a salir de nuestra
ignorancia básica y a reconocer la verdad profunda de esa expresión, aplicada a
todos nosotros. Todos
somos –y nunca podemos dejar de ser- Vida.
La ignorancia radical es la que hace reducir nuestra identidad a nuestra personalidad, haciéndonos creer que
somos un “yo particular”, separado de los demás y desgajado de la Vida.
Esta creencia errónea es la fuente de todo sufrimiento, para
nosotros mismos y para los demás.
Al identificarnos con el “yo individual” y creernos separados, nos
sentimos “enfrentados” a la Vida y, en cierto modo, amenazados por lo que nos pudiera ocurrir. Eso
nos hace vivirnos a la defensiva y, con frecuencia, en el temor.
Basados en la creencia (errónea) de la separación, dividimos todo
lo que ocurre en “bueno” y “malo”, “positivo” y “negativo”, según los criterios
del “yo particular” que creemos ser. Cuando sucede algo “positivo”, entramos en
euforia; cuando, por el contrario, es “negativo”, nos sentimos frustrados.
Al mismo tiempo, nos situamos ante la realidad en clave de
exigencia y de “debería”. Vivimos habitualmente enfrentados a lo que es, en la
convicción de lo que “debería” o “no debería” ser. Con ello, no hacemos sino
generar sufrimiento inútil: porque no existe sufrimiento mayor que el de
oponerse a lo que es.
No hay liberación posible sin salir de aquella falsa creencia, es
decir, sin comprensión (sabiduría).
La sabiduría consiste en reconocer que no existe nada separado de
nada. Y que no hay nada que no sea manifestación
y expresión de la única Vida. Todo es Vida, que se despliega –se
“disfraza”- en infinitas formas: el nacer y el morir, la salud y la enfermedad,
el éxito y el fracaso, el “bien” y el “mal” –etiquetas mentales-…: todo son
“formas” que la Vida adopta.
Nosotros mismos somos la Vida, que ha adoptado una forma
particular, en la personalidad concreta que tenemos. Pero la trampa consiste en
creer que somos esa forma, en lugar de reconocernos como Vida.
Cuando reconoces que eres
Vida, ¿dónde queda el temor, la ansiedad, la frustración, el
sufrimiento…? Quedarán como inercias de nuestro mundo mental y emocional, pero
podremos salir de ellos con más facilidad. Porque no miraremos los acontecimientos ni las
circunstancias –sean cuales fueren- desde el yo que creíamos ser, sino desde la
Vida que somos.
Visto desde ahí, caes en la cuenta de que todo lo que ocurra es
expresión de la Vida: ¿cómo va a estar “mal”? La Vida
no puede equivocarse.
No cabe error alguno: lo que
sucede, es lo que tiene que suceder. Nunca puedes equivocarte,
porque lo que hagas es lo que la Vida está haciendo en ese preciso momento.
Como recuerda con frecuencia Jeff Foster, no tienes un destino prefijado: tu
camino –tu destino- es lo que sucede.
Pero esto no puede verse ni entenderse desde la mente. Ella tiene
sus propios parámetros, en la creencia de que es un hacedor independiente y
autónomo, que puede actuar por su cuenta al margen de la Vida. Por eso,
mientras alguien crea –y esta es la paradoja- que es un “yo particular” le
resultará imposible comprender lo que se esconde detrás del “gran teatro del
mundo”. Es necesario tomar distancia de la mente y a acceder a otro modo de ver –el “conocimiento silencioso”
de sabios y de místicos- para percibir, sin duda alguna, que todo lo que
captamos no es sino expresión multiforme de la Vida una, que es nuestra
verdadera identidad.
Todo lo que te ocurra –estar sano o estar enfermo, tener éxito o
fracasar, sentirte mejor o peor, comprender o no comprender, aceptar o
rebelarte…-, todo sin excepción es Vida. Y la Vida es todo. Míralo desde ahí.
No creas que tu yo se siente amenazado; reconoce que la Vida que eres toma
ahora esa forma concreta… Pero sigue siendo Vida, y siempre está a salvo. Todo
es Vida en un despliegue multicolor. Si lo ves, eso es Vida que se manifiesta;
pero si no lo ves, eso es también Vida que se manifiesta de forma diferente.
Suceda lo que suceda y estés como estés, incluso en el lecho de muerte, solo
hay Vida –es lo que eres- adoptando formas cambiantes.
Por tanto, solo hay algo que podamos hacer: reconocernos en Ella y
vivirnos desde Ella. La identificación con la mente y con el yo –de donde
venimos- tendrá mucha fuerza y a veces nos sorprenderemos aún creyendo que
somos esa forma; sin embargo, la práctica nos hará diestros en reconocer
nuestra verdadera identidad.
A partir de ahí, ya no juzgaremos las cosas desde el yo, sino que
únicamente veremos Vida en todo lo que se manifiesta.
Dejaremos de repetir el error de tomarnos todo “personalmente”,
creyendo que somos la “persona” separada o “yo
particular” –esta es la causa de nuestro sufrimiento- y aprenderemos a no
“personalizar” nada de lo que sucede.
Y entonces también podremos estar disponibles y desapropiados para
permitir que la Vida fluya sin bloqueos a través de nosotros.
Y lo que brota de ahí es Paz, Ecuanimidad y Compasión: la Vida que
fluye en libertad…
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