Las
personas aborrecen quedar a solas con sus pensamientos, prefieren
una descarga eléctrica
Javier Sampedro, en El País.com, 3 julio 2014
No pienses en
nada, deja la mente en blanco. Se dice pronto, pero no resulta nada fácil. En
cuanto se pone uno a la tarea, resulta que nada empieza a ser algo. Peor aún,
algo inaprensible y efímero como un espectro, un itinerario absurdo sin memoria
del origen ni aspiración a un destino, una patera a la deriva sin la menor
esperanza, una pesadilla de oscuridad y vacío. ¿Te ha pasado alguna vez? A los
voluntarios del experimento de Timothy
Wilson, un psicólogo audaz de la Universidad de Virginia, sí les ha
pasado, y no una vez sino 11: durante los 11 interminables experimentos a los
que han sido sometidos, y que seguramente no olvidarán en lo que les quede de
vida.
El concienzudo
estudio de Virginia muestra por encima de toda duda razonable que los humanos
odiamos quedarnos solos con nuestros pensamientos, aunque solo sea 10 minutos.
Si te dejan solo sin el móvil ni la tableta, sin el libro ni la música, tu
pensamiento no logra concentrarse en nada y se limita a vagar de una cosa a
otra de la forma más torpe e inútil. La experiencia es tan desagradable que el
67% de los hombres y el 25% de las mujeres prefieren recibir una descarga
eléctrica antes de acabar esa experiencia pavorosa, esos 10 minutos de
eternidad. Increíble pero cierto, y publicado en Science.
Pocos
artículos técnicos vienen encabezados por una cita poética, pero en este caso
Wilson, de manera comprensible, no ha tenido más remedio que recurrir al Paraíso
perdido de Milton: "La mente es
su propia morada, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno, un infierno
del cielo". Y sobre todo lo segundo, cabría añadir tras este trabajo.
"Nuestra
investigación", dicen Wilson y sus colegas de Virginia y Harvard, "muestra que
la mayor parte de la gente prefiere estar haciendo algo –incluso dañarse a sí
mismos— que no hacer nada o sentarse en soledad con sus pensamientos". Los
11 experimentos muestran de distintas formas que los participantes, antes de
quedarse solos consigo mismos, prefieren escuchar música, navegar por la red o
mandar mensajes con su smartphone. Incluso recibir una desagradable
descarga eléctrica y largarse a su casa antes de que pasen los 10 minutos. Cabe
preguntarse qué ha sido de la proverbial gandulería que se le supone a la
especie humana.
Los 10 minutos
son solo un promedio: los experimentos oscilaron de 6 a 15 minutos –esto último
ya una tortura—, e incluyen a gente de los 18 a los 77 años de todo tipo de
extracción social y nivel académico y cultural. "Aquellos de nosotros que
anhelamos tener un poco de tiempo para no hacer nada más que pensar", dice
Wilson, "seguramente encontramos estos resultados sorprendentes; para mí
desde luego lo son; ni siquiera la gente mayor mostró la menor debilidad por quedarse
sola pensando".
El primer
autor del estudio no cree que ese horror al vacío sea una consecuencia del
ritmo frenético de la sociedad actual o la seducción incesante de las novedades
tecnológicas. Más bien piensa que esa interminable sucesión de innovaciones técnicas
es una consecuencia de nuestra sed natural de actividad. Primero fue el horror
al vacío, y después vino Whatsapp a
paliarlo. Antes había libros y punto de cruz para la misma función.
Wilson y sus
colegas intentan averiguar ahora a qué se debe esa pasión de la gente por hacer
cualquier cosa en lugar de no hacer nada. "Todo el mundo disfruta de vez
en cuando soñando despierto", dice el psicólogo, "o fantaseando sobre
cualquier cosa, pero este tipo de pensamiento parece ser placentero solo cuando
ocurre espontáneamente, no cuando se le pide explícitamente a la gente que lo
haga". Pedir a alguien que deje la mente en blanco no parece ser una gran
ayuda.
La mente es en
verdad su propia morada, dijo Milton. Pero, como señaló otro poeta, en ninguna
parte se está como fuera de casa.
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