Un déficit de alguno o de varios
de los nutrientes más esenciales, puede desencadenar en nuestro organismo
cansancio, falta de energía, desánimo, depresión, alteraciones del sistema inmunológico,
desequilibrios digestivos y nerviosos, acentuar los miedos, las fobias, la ansiedad,
y abrir así las puertas a la aparición de múltiples enfermedades, que en
realidad son una: la enfermedad. Estos desequilibrios, pueden sumergirnos en un
temporal o permanente malestar sin que sepamos o podamos conocer en muchas
ocasiones el origen de toda esta trama sintomática. Estas situaciones pueden
reafirmar en nosotros la incertidumbre, la incapacidad y la impotencia,
alimentando pensamientos recurrentes de pesimismo, que nos impiden enfrentarnos
a las experiencias, y a acometer transformaciones enriquecedoras para nuestra
vida; de ahí la vital importancia de nutrirnos de alimentos llenos de vida,
bañados por el sol, cultivados con respeto a la tierra, con amor en suma.
Deberíamos desterrar para
siempre la creencia tan enraizada y extendida de que los desequilibrios y el
malestar que acompañan a la enfermedad se pueden abordar con un enfoque
exclusivamente sintomático y farmacológico, sin profundizar en la génesis o
causa de estos desequilibrios.
Esas mal denominadas
“curaciones”, basadas en la supuesta lucha contra la enfermedad, están
sustentadas en la ausencia de un verdadero y profundo conocimiento del ser
humano, y de la infinita sabiduría, poder e inteligencia que despliega la vida
cuando caminamos y vivimos en estrecha y total sintonía con nuestra esencia y
naturaleza humana, escuchando el constante murmullo y fluir de la conciencia
que el universo alberga en su seno.
De igual modo que una
alimentación desequilibrada e insuficiente nos enferma el cuerpo, también las
carencias y los desequilibrios emocionales, amorosos y espirituales son la
causa común de muchos sufrimientos estériles, que en lugar de liberar,
aprisionan y oscurecen nuestra vida.
Si estamos tristes y
desesperanzados, estamos instalados en la rutina, hemos abandonado el entusiasmo
y la confianza, o nos consideramos inmerecedores de amor… incapaces de dar un paso
adelante y arriesgarnos… Ninguna píldora mágica o ningún antidepresivo, ni
ninguna circunstancia por favorable que pueda parecernos nos ayudaran en verdad
a abandonar esas situaciones de malestar y sufrimiento.
Si nuestros pensamientos,
nuestras emociones, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, no están en armonía con
uno mismo y con el mundo, no podemos alcanzar la verdadera curación. Muchas mal
llamadas enfermedades son la expresión inequívoca de esos desequilibrios
(alimenticios, emocionales, espirituales, mentales) entre los que vivimos. Sino
sentimos amor, si no somos capaces de expresar gratitud por la vida y por todo
cuanto nos ha sido dado y regalado, si vivimos inmersos en la frustración, el
resentimiento, y nadamos continuamente entre los sentimientos de miedo, culpa,
y prejuicios, ¿cómo vamos tan siquiera a aproximarnos a la alegría, a la
serenidad, al auténtico amor en definitiva, que es el mejor sostén, alimento y medicina
para nuestra vida? Si estamos siempre condicionando todos y cada uno de
nuestros pensamientos, conductas o actos a la obtención de algo o de algún
beneficio exclusivamente personal, y cuando no lo conseguimos nos enfadamos,
culpamos, rechazamos, enjuiciamos, ¿para qué nos sirven entonces todos nuestros
aparentes y nobles propósitos y anhelos?. Si necesitamos ser amados,
acariciados, comprendidos, aceptados… ¿Por qué en lugar de reprimirnos,
negarnos o exigirlo a otros, no comenzamos con y en nosotros mismos, a
compartir, dar y practicar desde hoy esta realidad, a todos cuanto nos rodean?.
El índice de bienestar y
felicidad en nuestra vida no depende, como comúnmente solemos creer, de lo que
las circunstancias, el azar u otros caprichosamente nos puedan conceder; sino de
nuestra inagotable fuente interior, que no puede nunca secarse, porque somos un
recipiente profundo, una extensión infinita que es constantemente regada por el
amor del universo y de DIOS.
Nos sanaremos cuando
restituyamos el amor en nuestra vida, en nuestro corazón y nuestro espíritu;
cuando nos encontremos bien y sepamos que ya lo tenemos todo, que ya lo somos todo,
y que no tenemos que correr desesperados tras los logros o los éxitos, porque
no existe mayor éxito que escuchar a nuestro corazón y ser nosotros mismos.
Todas las búsquedas, todas las técnicas y conocimientos, todas las doctrinas,
no nos serán de gran ayuda si no desplegamos nuestras alas, sino perdemos los
miedos que nos atenazan, y nos erigimos en nuestros propios maestros y alumnos,
siguiendo únicamente el sendero del amor… Un amor sin condiciones, porque los
maravillosos frutos que nacen del auténtico y elevado amor, son siempre
deliciosos, sanadores y hermosos. Sino sientes en tu vida todo esto… enriquece desde
hoy mismo el terreno que habitas, cultivas y siembras, verás como todo es
distinto, y como tú te transformas en lo que eres, y siempre has sido: un hijo
del amor, un creador de milagros, un forjador de verdad, paz y esperanza.
La vida te invita a su fiesta
permanente, al aprendizaje continuo sin temor a equivocarte, a la majestuosa
sencillez de las cosas hermosas, al deleite incomparable de un abrazo, un beso,
una acaricia, y de una fresca y renovadora bocanada de aire fresco y puro...
Rafael Cáceres es terapeuta en medicina
natural y emocional,
miembro de la
Junta Directiva de la Sociedad Española para la Difusión de la Espiritualidad.
rafaelcaceresgo mez@gmail.com
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